Los placeres de mi vida

Todos hemos leído alguna vez sobre los placeres de la vida”, presentados como las sensaciones o experiencias que debemos tener para ser felices. Y seguramente, también nos hemos identificado con algunos más que con otros, porque no a todos nos gustan las mismas cosas.

Hablar sobre “los placeres de la vida” es imposible: no hay una sola “vida”, hay muchísimas, y todas son distintas. Así que, después de leer una de esas listas donde figuraban placeres que a mí no me causan ni me causarían ningún placer, como por ejemplo bañarme con champagne, comprarme una cartera de Louis Buitton o hacer un crucero por el Caribe, decidí hacer mi propia lista de placeres. Que si bien son menos glamorosos, tienen que ver conmigo y con lo que de verdad disfruto.
Porque el placer es algo serio, es importante, y tiene que estar hecho a nuestra medida como la buena ropa de confección, la que hacían antes las modistas y los sastres.
Aquí va mi lista, incompleta pero representativa. Te invito a hacer la tuya,  para que no te vendan placeres ajenos con los que después no sepas qué hacer.
 
Los placeres de MI vida
 
Conversar con mi hija té o café de por medio, largo, sin que nos importe la hora, como si el tiempo no existiera.
Abrazar a mi hija cuando se va de viaje, y abrazarla todavía más fuerte cuando vuelve.
Acostarme con sueño, bostezando, entregarme a la cama como si fuera un amante.
Dormir con la gata hecha una bolita en los pies de la cama.
            Desayunar sin apuro, como si no tuviera nada que hacer durante el resto del día.
Apagar el despertador y seguir durmiendo un rato más.
Leer o escribir de noche, cuando todo está en silencio y no me interrumpen ni me interrumpo para hacer otras cosas.
Tener la casa toda, toda limpia, reluciente y con olor a limpio. (A este placer no lo disfruto tan seguido como debería, de puro masoquista que soy, nomás…)
Comprar cortes de tela, aunque sepa que después me tendré que poner a coser.
Tener ropa cómoda y abrigada para enfrentar el frío.  
Juntarme con amigos, pocos y buenos, y de ser posible en una casa, no en un bar o restaurante.
Llegar de visita en invierno a una casa que esté calentita y donde haya olor a café, o a comida.
Releer algo que escribí hace mucho y sorprenderme por lo bien escrito que está.
Conmoverme con lo que escribo, y descubrir que los demás también se conmueven.
Caminar en otoño sobre un colchón de hojas secas. Preferentemente de plátano, enormes y crujientes.
El olor de los troncos de pino al arder.
El olor a sahumerio. Pachuli, maderas de oriente, cuanto más pesado, mejor.
El olor a sopa de verduras, la sopa de verduras.
El olor a tostadas, las tostadas.
Medio kilo de helado para mí sola.
Navegar por internet sin un orden establecido, dejándome sorprender por lo que voy encontrando.
Tener amigos fieles de toda la vida, que me quieren y valoran como soy, a los que no necesito explicarles nada.
Conocer personas amigables, inteligentes y dispuestas a compartir experiencias positivas y enriquecedoras.
            Mi taller de escritura, sobre todo cuando cada uno lee lo que escribió para compartirlo con los demás y nos descubrimos mutuamente.
            Leer un libro que me atrape y soltarlo sólo para comer o ir al baño.
            Emocionarme con un libro o una película.
            Estar entre gente sencilla, educada, sin vueltas, sin vicios y sin traumas.
            Caminar por Río Ceballos en invierno a la siesta, cuando no hay gente en la calle.
            El ocio creativo; estar sin hacer nada me produce ansiedad, necesito usar las manos o la mente para explorar o crear algo, por mínimo que sea.          
            Sentirme protegida por mis perras.
             Aquietar mi mente meditando, o escuchando música.
            Sentarme en un sillón cómodo, del que no me den ganas de levantarme.
            Tomar agua pura cuando tengo sed.
            Comer chocolate dejando que los pedacitos se disuelvan solos en la boca.
            Recordar tiempos idos y sentir que tuve una buena vida, rodeada de afectos y sin más pérdidas que las previsibles, las que tarde o temprano nos
tocan a todos: abuelos, padres, tíos…
            Tener víveres en la alacena y papel higiénico de repuesto.
            Entusiasmarme con un proyecto.
Hacer planitos en papel cuadriculado para reformar la casa, buscar ideas originales para decorar la casa y el jardín.
            Saber que escribí un buen libro, que me lo editaron y que a todos los que lo leyeron les gustó, aunque eso no me haya alcanzado para convertirme en famosa.
            Discutir por mail con mi amigo escritor, Julio Torres, sobre política o literatura y hacerlo enojar.
            Encontrarme con mis compañeros de colegio y ver que más allá de las arrugas, y las canas, en el fondo seguimos siendo los mismos.
            Los momentos tranquilos, sin discusiones ni malos humores, compartidos con la familia. 
            Comer pan caliente, si es casero, mejor.
            Que valoren mi trabajo, y que me paguen lo que considero justo por él.
            Usar un buen perfume. Y si no hay perfume, tener olor a limpio.
             
             Como verán, son placeres de entrecasa. Nada de diamantes, vestidos de Versace ni paseos en limusina. Nada de cosas sofisticadas o inalcanzables que me quiten en sueño.   
Soy feliz con poco. O con mucho, según cómo se lo mire, porque soy consciente de que esas “pequeñas cosas” que casi siempre ignoramos, o que consideramos como algo natural, para muchos son casi inalcanzables.