Futuro imperfecto

Cuando el año pasado pensaba en el 2020, me sentía ilusionada. El número en sí mismo me resultaba simpático. Dos mil veinte, veinte veinte… era fácil de escribir y hasta me sonaba redondito en la boca. Sabía que habría problemas y momentos difíciles, obvio… pero ni se me pasó por la cabeza lo que nos esperaba en todo el mundo a la vuelta de la esquina: la pandemia. Y sus consecuencias, que fueron dejando al descubierto lo mejor y lo peor del ser humano.  

Los planes volaron por el aire y hubo que empezar a improvisar. Muchos proyectos diseñados con amor y dedicación de golpe no encajaban en una realidad donde no había lugar para las reuniones, ni transporte, ni posibilidades de moverse, una realidad donde lo virtual dejó de ser una elección y se convirtió para muchos en la única manera posible de relacionarse, aprender, trabajar. Había que rediseñar los proyectos o hacer otros nuevos, y hacerlo contra reloj; no quedaba otra… Y no fue sencillo. Tal vez sea por eso que, además de haberme dejado los nervios de punta y los músculos tensos (asumo mi total responsabilidad en ambos casos), esta pandemia me ha dejado floja de futuro. Me cuesta hacer planes. Me cuesta pensar en la vuelta a una normalidad que de a ratos añoro, sobre todo cuando necesito dar o recibir abrazos, y que en otros momentos no extraño para nada.

Hasta me cuesta entender el significado de “volver a la normalidad”. ¿Qué normalidad? ¿La del “sálvese quien pueda”? ¿La de consumismo alienante? ¿Otra nueva, diferente, solidaria, responsable, que se volverá normal con el tiempo? ¿O una normalidad donde las pandemias sean lo normal, y los abrazos ya no existan? 

¿Cuál será la “normalidad” del futuro? No lo sé. Creo que nadie lo sabe. Y a veces me da miedo que ese no saber me paralice, me anule la capacidad de proyectar. Pensando en ese miedo, se encendió una alarma en mi cabeza y me pregunté qué podría hacer para conjurarlo. ¿Cómo hacer proyectos ante la posibilidad de otro escenario tan desconcertante como el de este año? ¿Qué planes podría hacer que no se frustraran ni por decisiones ajenas, ni por circunstancias externas?  ¿Había algo cuya realización dependiera solamente de mí?

La respuesta estaba en mi interior, como siempre. Podía proyectar cosas que tuvieran que ver con mi esencia, con mi forma de ser y estar en el mundo, y en las que pudiera dar lo mejor de mí. Así que, partiendo de esa premisa, decidí hacer el ejercicio de visualizarme dentro de cinco, diez años; no desde la certeza de saber que las cosas van a ser así porque a mí se me ocurre, sino desde la módica esperanza de estar viva y sana. Solamente eso, nada más, y nada menos…  Viva y sana.

Y allá voy. El futuro me espera. Respiro profundo, cierro los ojos, y me animo a soñarme despierta. Me veo con ropa cómoda, colorida, vestidos y pantalones amplios hechos por mí que flamean al viento mientras me desplazo con mis patitas flacas y mis zapatos chatos. Con el pelo largo y orgullosa de mis canas. Una hippie con PAMI, eso voy a ser dentro de unos años. Cada vez más hippie, de eso no me cabe ninguna duda. Tomando tecitos de hierbas, comiendo liviano y huyendo de los medicamentos, igual que ahora, pero más vieja y ojalá que más sabia. Meditando y prestándole atención a mi cuerpo para mantenerlo saludable con yoga, caminatas o alguna gimnasia alternativa; algo que hoy no estoy haciendo a conciencia y quiero que sea un hábito que no se negocia, como lavarme los dientes o peinarme.

Me veo dándome permiso para hacer lo que me dé la gana y cuando me dé la gana hacerlo: tejer al crochet, pintar muebles, coser, salir a caminar, conversar con alguien sin apuro, embellecer mi casa… Priorizar el aquí y ahora más que nunca, porque cada vez tendré menos tiempo de vida por delante. Trabajar haciendo lo que me gusta reservando lugar suficiente en la agenda para lo que surja y me entusiasme. Como dice la canción de María Elena Walsh, “quiero tiempo, pero tiempo no apurado, tiempo de jugar que es el mejor, por favor me lo da suelto y no enjaulado, adentro de un despertador”. 

Me veo viviendo en esta misma casa, pero con más espacio porque me deshice de un montón de cosas que ya no me servían o no me gustaban. Que estaban de más. Una casa cálida, con olor a café y a sahumerios, que invite al sosiego y a la intimidad, a las charlas tranquilas. Me imagino haciendo sesiones de coaching en el comedor, en la galería o por internet; la virtualidad no es problema, y me gusta. Me veo dando talleres de coaching también, presenciales y online, tengo muchas ideas en la cabeza que todavía no me senté a plasmarlas.

Me veo continuando con mis talleres de escritura virtuales. Quisiera que muchísimas personas pudieran disfrutar los beneficios de la escritura vivencial, personas de todo el país, y si fuera posible del exterior. Me veo esmerándome en cada clase, dando lo mejor de mí para que mis talleres sean cada vez más útiles y los asistentes se los recomienden a sus amigos. Me veo conmoviéndome igual que ahora, o más, leyendo las tareas…

Y me veo escribiendo. No sé cuánto, ni qué, pero sé que la escritura estará siempre presente en mi vida.

Me veo necesitando cada vez menos, comprando cada vez menos y disfrutando cada vez más la familia, los amigos, los pequeños detalles y los regalos inesperados que nos da la vida: una flor, el canto de los pájaros, el aire limpio después de la lluvia. Me veo con el alma tiernita, pura como la de un niño, sin rencores ni cuentas pendientes por nada y con nadie. Me veo con las manos en la tierra más seguido, haciendo plantitas para regalar y por qué no vender, quién sabe…

Me veo con las mismas ganas que hoy de cambiar el mundo, y espero que con menos tristeza que hoy al ver que no lo puedo cambiar. De acá a cinco, diez años, espero que ya no me importe no poder cambiar el mundo. Eso me permitirá concentrarme en lo que sí puedo hacer, en lugar de sufrir o enojarme por lo que no puedo hacer y bajar los brazos.

Me veo envejeciendo juntos con mis amigos de toda la vida, con mis vecinos de tantos años, con mi hermana que es un poco más chica que yo, y eso me emociona y me inspira una gran ternura. Me veo dando y recibiendo amor con alegría y gratitud.

En ese futuro imperfecto soñado (pero casi perfecto en mi imaginación) me veo, en fin, como la que soy hoy pero más relajada, más convencida de mis habilidades y competencias, más segura para decir no, más abierta al sí y a disfrutar el momento. Con las emociones a flor de piel pero con una visión de conjunto cada vez más amplia y abarcativa, y con una conciencia más plena. Con menos expectativas y apegos, y a partir de ahí, más serena y más libre.

La imagen tiene un atributo ALT vacío; su nombre de archivo es logo-colibri-8.jpg

Si te gustó esta entrada, te invito a leer otras y a conocer mis libros

También la podés compartir en tus redes: