El mundo, las guerras…

Creo que todavía queda un poco de pan

olvidado en una bolsa de tela;

en el apuro por salir,

a nadie se le habrá ocurrido llevárselo.

Y seguro han quedado, también,

restos de comida en una heladera.

Alguna luz sin encender o apagar.

Un poco de tierra encima o debajo de los muebles.

Ropa sucia en un canasto.

Ropa sin planchar, sin doblar y guardar.

Un juguete perdido para siempre.

Muchos “te quiero” sin decir.

Alguna disculpa que ya no podrá ser escuchada.

Creo que todavía queda un poco de rocío sobre el paso,

allí, en un mínimo espacio que no ha sido pisado por nadie,

ni alcanzado por las bombas.

Y alguna flor marchita que aún no se ha deshojado,

y pájaros que siguen volando como si nada,

como si todo estuviera igual.

No lo sé. No lo sé.

Es todo tan irracional, tan atroz,

tan incomprensiblemente perverso…

Qué puede valer más que una vida.

Nada. Nada.

Y sin embargo mueren hijos, padres, madres,

amigos, hermanos, mueren niños y viejos,

y los que no mueren, si pueden huyen,

se van con lo puesto agobiados por el dolor,

desquiciados por el miedo y el espanto…

Pero a pesar de la codicia, la ambición y la locura

de los que declaran las guerras

en las que mueren otros,

de los que financian las guerras

en las que mueren otros,

de los que se hacen ricos gracias a las guerras

en las que mueren otros,  

creo que todavía queda un poco de esperanza

en la humanidad.

No lo sé. No lo sé.

Solamente, lo creo.