¿Igualdad o equidad?

Hace mucho tiempo que no escribo nada en el blog. Más precisamente desde las últimas elecciones presidenciales en Argentina, en noviembre de 2023, cuando en medio del dolor presentí que la pasaríamos muy mal con los «libertarios». Me costó (y todavía me cuesta) aceptar que el pueblo había elegido «eso». Ese estilo nefasto de comunicación, ese odio, esa declaración de guerra a los derechos de las minorías, de los más desprotegidos, ese retroceso al oscurantismo, a la indiferencia y al sálvese quien pueda. Y todavía no lo asimilé por completo.

En estos meses me he cansado de escucharle decir a este gobierno palabras como «libertad», «igualdad», vaciándolas de todo contenido por el solo hecho de pronunciarlas con sus bocas mentirosas, inmundas, de las que sólo salen incoherencias, insultos y amenazas como si el lenguaje sirviera solamente para humillar y maltratar al otro. A los otros. A todos los que se animan a reclamar sus derechos o que piensan distinto.

Libertad. Una de las caras de una moneda en la que de otro lado dice RESPONSABILIDAD. Sin responsabilidad no hay verdadera libertad, hay capricho. ¡Viva la libertad, carajo! grita con el rostro desencajado el energúmeno que nos preside. Viva la libertad de golpear a los jubilados en una marcha, viva la libertad de endeudar el país por varias generaciones, viva la libertad de participar en una estafa con criptomonedas, viva la libertad de gobernar por decreto. Se creen intocables, impunes y con derecho a llevarse puesto el país con nosotros adentro en nombre de la única libertad que les importa: la libertad de mercado.

Igualdad, otra palabra bastardeada hasta el cansancio. ¿Qué es la igualdad? ¿Será darle a todos lo mismo? Ponerle en el plato la misma cantidad de carne, digamos medio kilo por persona, al que tiene hambre atrasada, al nene de 5 años, al viejito sin dientes que no puede masticar, al vegetariano y al que ni la va a mirar porque comió antes. Darle la misma cantidad de dinero, digamos $5000, al millonario que deja eso de propina por un café y al desocupado al que no le va a alcanzar para comer. Eso es igualdad: darle a todos exactamente lo mismo, sin tener en cuenta sus necesidades, sus capacidades ni sus posibilidades.
Equidad, en cambio, esa hermosa palabra que casi nadie usa, es darle a cada uno lo que necesita. Llenarle más el plato al que tiene más hambre, darle más abrigo al que tiene más frío, darle un bastón blanco al ciego, un audífono al sordo y una mano ortopédica al manco, en lugar de darle audífonos a los tres.
Creo que es fácil de entender… Pero acá, en Argentina, algunos no saben la diferencia y repiten como loros, por ejemplo, que “todos somos iguales ante la ley”.  
Y no. No somos iguales ante la ley. El hecho de que alguien, ya sea porque tiene mucho poder o mucho dinero, pueda comprar la voluntad de funcionarios y jueces o quedar libre de culpa y cargo gracias a chicanas o vacíos legales, o pagándole una fortuna al mejor abogado del país, hace que la “igualdad ante la ley” sea un concepto vacío de contenido.
“Igualdad” es una palabra bonita, que adorna y enriquece cualquier prosa o poesía. Es una palabra políticamente correcta, indispensable en discursos grandilocuentes pronunciados por muchos de los que desconocen la importancia de la equidad por encima de la igualdad. 
Pensemos, si no, en la “Igualdad de oportunidades”.
Hablale de igualdad de oportunidades a un pibe que va a una escuela en un barrio marginal, mal alimentado desde el vientre materno, que vive en una casa donde todos duermen en la misma habitación, en un barrio con calles de tierra que cuando llueve se vuelven intransitables, sin cloacas, sin gas natural, un lugar donde las peleas, los tiros y la droga son moneda corriente. Y que llega a la escuela caminando, mojado si llueve, con olor a chivo si hace calor, con frío en invierno. Si no conocés a ninguno así, ¿te lo podés imaginar, aunque sea?
Bueno, hablale de igualdad de oportunidades a ese pibe, a esa piba, comparados con otros que viven en un barrio cerrado con calles internas asfaltadas por las que pueden andar libremente en bici porque están seguros, y viven en casas donde cada uno tiene su habitación propia, pibes y pibas que están bien alimentados, que van a una escuela privada impecable a la que llegan con sus uniformes impecables, después de haber desayunado bien y de haber viajado en autos o combis impecables con aire acondicionado o calefacción.  Y a los que, ni bien terminan la secundaria, mamá o papá les pueden bancar la universidad, y les pueden conseguir con sólo chasquear los dedos un puesto bien pago en la administración pública o en una empresa.
Hablale de igualdad de oportunidades al pibe o a la piba que sus viejos el único trabajo que le pueden conseguir es como peón de albañil o como empleada doméstica por hora. En negro, obvio.  
No puede existir la igualdad de oportunidades cuando hay diferencias tan grandes. Cuando la línea de largada no es la misma para todos. Cuando algunos corren con ventaja (mejores zapatillas, mejor preparación) y otros salen desde muy atrás, con hambre y en patas.
Y es ahí donde hace falta la EQUIDAD. Y donde el Estado tiene que estar presente para inclinar la balanza, aunque sea un poquito, hacia el lado de los que más necesitan. No sólo para darles comida, ropa, vivienda, sino para generar oportunidades, para fortalecer vínculos comunitarios, para que todos puedan descubrir y desarrollar sus capacidades y vocaciones, y para que todos tengamos una vida digna. Para que todos tengamos acceso a la salud en IGUALDAD de condiciones, esto es, con los mejores profesionales, los últimos adelantos científicos, ya sea en un hospital público o en una clínica privada. Para que la escuela pública contenga y empodere tan bien o mejor que la escuela privada.
Una vida digna no debería depender del lugar donde uno nació, ni de lo poco o mucho que le dieron en su familia. Porque en el reparto inicial, a algunos les toca demasiado y a otros nada.
Hay muchos sueños que se mueren por falta de oportunidades, de una palabra de aliento, hay muchos talentos que quedan sin descubrir, mucho potencial que queda en el camino sin saber para dónde ir.

No es solo una cuestión de políticas o discursos; es una cuestión del corazón, de ser más empáticos con los que les ha tocado luchar día a día sin contar con ese apoyo nivelador hacia arriba que les permita crecer.

Y es una realidad que no podemos naturalizar, y a la que no deberíamos resignarnos. Por eso, la próxima vez que escuches hablar pomposamente de “igualdad” mirá a tu alrededor y preguntate si esa “igualdad” se traduce en oportunidades reales para todos.

¿En qué país te gustaría vivir? ¿En uno donde, como dijo un ex presidente, en una emergencia “se mueran los que se tengan que morir” (o sea, los más desprotegidos, los viejos, los discapacitados…), en uno donde se desmantelan los organismos públicos que atienden las necesidades de los más vulnerables (mujeres, niños, minorías), o en uno donde cada persona pueda sentir que su vida cuenta y que tiene la posibilidad de hacer realidad sus sueños?

La igualdad es una utopía, es algo inalcanzable en los hechos. La equidad, en cambio, depende de nosotros y del Estado, y se puede lograr si entendemos que es imprescindible para vivir en una sociedad más humana y más justa. Que alguien se lo explique a este gobierno, por favor…